Miguel Lorente Acosta
24/03/2012, original aquí
La prostitución con frecuencia va asociada a códigos y a barras, a esos códigos de caballeros que llevan a guardar silencio sobre encuentros alrededor de barras horizontales y verticales, rodeados de mujeres que esperan tras el escaparate de su cuerpo. Es parte de la camaradería de los hombres, lealtad y silencio entre iguales, y las barras de los clubes los igualan a todos ellos, otra cosa son las habitaciones.
Los hombres han hecho un mundo a su imagen y semejanza, no hemos parado de cuestionar y rechazar la desigualdad, la jerarquización estructural de la sociedad, la violencia que se ejerce desde ella, el recurso al conflicto para resolver los problemas, la cultura de la guerra… y como todo ello incide de manera especial en las mujeres. Ellas eran la única referencia distinta a ellos cuando todo empezó a organizarse sobre esas ideas, y ellas quedaron como testigo y fundamento de una desigualdad que aún no hemos sido capaces de erradicar.
La prostitución surge de esa forma de estructurar la cultura y de organizar las relaciones entre hombres y mujeres. La prostitución no es una opción neutral, sino la servidumbre que la masculinidad ha impuesto a muchas mujeres, para que los hombres puedan satisfacer sus deseos de poder a través del sexo. No se trata de una relación en el mismo plano, ni siquiera bajo el concepto de cliente-proveedora, es una relación de poder en la que el sexo añade valor a la desigualdad que conlleva.
Nadie cuestiona la decisión de las mujeres que ejercen la prostitución, lo que sí es cuestionable es que la prostitución sea una decisión válida para ellas, y que ésta sea revestida de autonomía y libertad. No creo que las niñas quieran ser putas de mayores, como sé que no quieren ser mujeres maltratadas, por eso no aceptamos que las mujeres maltratadas sigan siéndolo porque decidan continuar conviviendo con el agresor, todo lo contrario, se analizan las circunstancias que dan lugar a esa decisión y se abordan con medidas y recursos para que de verdad puedan elegir en libertad.
La prostitución es violencia -el 80% han sufrido una violación (SK Hunter, 1991), el 73% han sido víctimas de agresiones físicas (Farley, 1998), la mortalidad es 40 veces más alta (Comité Especial para la Prostitución de Canadá, 1985)- y genera más violencia al darle a los hombres el argumento y la demostración de que siempre pueden tener una mujer a su disposición para satisfacer sus deseos o fantasías en términos de poder. Y eso es una forma de alimentar al machismo genético que nos caracteriza como cultura, y de presentar a las mujeres como esos seres perversos y pervertidos que se lanzan a la calle a provocar a los “pobres hombres”.
El hecho de que aún hoy se siga planteado el debate sobre la prostitución y sobre si la autonomía de las mujeres incluye satisfacer a los hombres en lo que quieren, es una nueva demostración del triunfo del patriarcado emocional y del machismo práctico.
La redada de la Policía Nacional efectuada en el polígono Marconi de Madrid (23-3-12) ha encontrado a mujeres que ejercían la prostitución marcadas con un código de barras. Nuevas barras, nuevos códigos criminales. Los clanes rumanos que las retenían han utilizado la tinta de los tatuajes, pero otros muchos emplean las palabras o los golpes con el mismo resultado: las mujeres son un objeto y la forma de tratarlas parte de esa consideración y de la idea de propiedad. Es mía, aunque sea por veinte minutos y a cambio de 30 euros, y hago con ella lo que quiero.
Mientras exista la prostitución, más aún si se regula y legaliza, no se alcanzará la igualdad. Y que no se confunda la igualdad con la igualación para poner como ejemplo de progreso a la prostitución masculina. Si eso es progreso hay algo que no se ha entendido, pero en cualquier caso, ni el significado es el mismo, ni los clientes diferentes: la mayoría son también hombres.
Es la sociedad como supermercado para los hombres.
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