“RECHAZAR SER UN HOMBRE. PARA ACABAR CON LA VIRILIDAD”

25 set.

PREFACIO DE CHRISTINE DELPHY AL LIBRO DE JOHN STOLTENBERG

refuserOs presentamos una traducción al castellano del prefacio en francés de Christine Delphy del libro de John Stoltenberg (traducción francesa a cargo de Mickaël Merlet, Yeun L-Y y Martin Dufresne) “Refuser d’être un homme. Pour en finir avec la virilité”. Ed. Syllepses (2013). El libro original en inglés (1988, reed. 2000) está disponible aquí: Refusing to be a Man: Essays on Sex and Justice

“¿Por qué publicar un libro de un hombre en una colección feminista, que publica normalmente libros escritos por mujeres? ¿Esto significa no respetar los principios del feminismo radical? En mi opinión, no. El movimiento feminista de la segunda ola, nacido en la década de 1970 en todos los países occidentales, y que se inspiró en el movimiento estadounidense por los derechos civiles, consideraba –y por mi parte considero todavía- que la liberación de las personas oprimidas debe ser obra de ellas mismas; que la intervención de los hombres en las reuniones, las reflexiones, las publicaciones feministas tiene demasiado a menudo como resultado hacer funcionar de nuevo el prestigio que tiene el grupo dominante ante el grupo dominado; y de este modo permitir a este grupo continuar jugando su rol “natural”: dirigir y ejercer su poder hasta en los lugares que tienen por objetivo impugnarlo.

Y es lo que constatamos, estudiando la historia del feminismo, u observando las prácticas contemporáneas: los expertos blancos disertan sobre la opresión de los grupos racializados, los y las expertas heterosexuales disertan sobre la opresión de las lesbianas y los gays.

Y “porque a los hombres también les afecta el sexismo”, los expertos-hombres se entrometen en la teoría feminista: dan sus definiciones de lo que sufren las mujeres, definiciones que no son necesariamente las mismas que dan las mujeres. Más bien, definiciones que necesariamente no son las mismas. Así, su simpatía y su interés se vuelven pretextos para introducir una opinión más “razonable”, más “equilibrada” (“hay culpa de los dos lados”) y para meter en la agenda feminista temas que ellas no han escogido. En otros términos, hoy como en 1970, ellos hablan en lugar de las mujeres.

Entonces es justo rechazarles este rol. Pero ¿esto significa que no tienen ningún lugar en esta lucha? No. Tienen una: la suya. En el momento en que paren de hablar supuestamente de nuestro lugar, y en nuestro lugar, y que hablen a partir de su lugar, y sobre su lugar, podemos de nuevo escucharlos.

John Stoltenberg es uno de estos hombres. Habla de su lugar: su lugar es el de un hombre, de un dominante, “tocado por las ideas del feminismo”. Describe lo que ve, percibe y analiza desde este lugar, sin pretender esconder lo que es este lugar, al contrario de aquellos que hablan en nuestro lugar.433187

Lo que ve lo conduce a “rechazar ser un hombre”, y por esta razón, este libro es una bomba. Despertará el malestar en muchos hombres, pero también en algunas mujeres, incluidas algunas feministas.

Porque todavía estamos en un período de compromiso, o quizás de esquizofrenia; de un lado, se proclama urbi et orbi un deseo de igualdad, de sexos, de razas, de sexualidades; pero por otro lado, nunca desde hace cuarenta años hemos inculcado tanto, y desde tan temprana edad en la vida de las niñas y de los niños, las “diferencias” entre las que nacen en rosa y los que nacen en azul, las “diferencias” que subyacen ideológicamente y producen en la práctica la desigualdad, la dominación, y finalmente la opresión de un “sexo” (es decir de un género) por el otro.

Sin embargo, este libro no despertará sólo malestar. Hará revivir también la esperanza de que finalmente los hombres participen verdaderamente en el combate, y que puedan participar. Porque si las mujeres poseen un “privilegio epistemológico” (según la expresión de Nancy Hartsock), en el sentido que sólo ellas conocen desde el interior la opresión sufrida, y que, desde este punto de vista, los hombres tienen una desventaja epistemológica, son ellos, en cambio, los únicos que conocen las estrategias de dominación que forjan conscientemente, como lo evidenció Léo Thiers-Vidal (1).

Solos, saben cómo capitalizan la situación dominante que les confiere el sistema patriarcal; solos, saben cómo utilizan sus ventajas iniciales de su [clase de] sexo para conquistar otras ventajas en las relaciones individuales con las mujeres.

Sea lo que sea lo que piensen los que juzgarán incomprensible –ver “castrador”- el trabajo de Stoltenberg, existen muchas razones por las que un hombre adquiere convicciones feministas. Stoltenberg hace una lista al inicio de su prefacio: “el compromiso con una mujer”, el deseo “de ser su aliado, de no traicionarla”. Otros, dice Stoltenberg, encuentran razones “en su propia experiencia de violencia sexual en la infancia o la adolescencia”.

Hace cuarenta años, los hombres de extrema izquierda –a los otros les daba igual- luchaban contra el movimiento feminista que no respetaba el orden de prioridades fijado por “la Revolución” (que habla por su boca). Con el tiempo, todo se echó a perder, y aceptan ahora la existencia del feminismo; pero no vienen a las reuniones que se organizan en el interior de sus propios grupos cuando tratan del feminismo.

Según ellos, estas cuestiones conciernen solamente a las mujeres. Se amparan detrás de la idea –justa- que la opresión de las mujeres tiene causas estructurales: institucionales, económicas, jurídicas, y que ningún individuo es responsable de la organización global de la sociedad. Sin embargo, no responden a la cuestión suscitada por Stoltenberg, como también objetó después Léo Thiers-Vidal, igual que suscitan los hombres que han traducido el libro. Si bien un individuo no puede cambiar demasiado, él sólo, las estructuras del mercado de trabajo (o la organización política, o los códigos jurídicos), no es el único ámbito de la vida dónde se construyen la dominación y la opresión [y dónde pueden intervenir].

La cuestión de lo que pasa en “lo privado” –eufemismo para todo lo que abarca la sexualidad de los hombres (2) –, esta cuestión es escondida debajo de la alfombra. Las feministas mismas la abordan poco. Es verdad que denuncian las violencias, la violación y la prostitución, pero guardan todavía a menudo la sexualidad “ordinaria” como una isla, aislada y preservada de todas estas violencias.

De lo que Stoltenberg habla, como lo hizo Andrea Dworkin (3) – de la cual era compañero-, es de nuestra cultura, de nuestra concepción, francesa, europea, occidental, quizá mundial, de las relaciones sexuales heterosexuales –pero también gays- de lo que expresan, de lo que dicen, de lo que deben decir; de la manera según la cual en esta cultura la sexualidad está inextricablemente mezclada con la dominación.

Y si no cuestionamos esta imbricación, si a menudo intentamos escondérnosla a nosotras mismas, es porque nos es muy difícil imaginar otras relaciones, y sobre todo otros significados de estas relaciones. El significado que nuestra cultura les da no nos parece una aplicación de la jerarquía y la violencia de la organización social en la sexualidad. Bien al contrario, nos parece, de acuerdo con la mitología ampliamente compartida por todas la culturas patriarcales, que es en estas relaciones, supuestamente no sociales, donde la organización social encuentra su origen –su fundación, que sería “natural”.

Estos significados están explicitados en la literatura, y sobre todo en los discursos pornográficos. El poder ejercido, el poder padecido, se muestra aquí sin maquillaje, sin velos románticos, y reivindica no solamente ser erótico, sino constituir el todo, la esencia misma del erotismo. Es por esto que Catherine MacKinnon habla de “erotización de la dominación”.

Este erotismo fue expuesto y denunciado por varias autoras feministas modernas, de Simone De Beauvoir a Andrea Dworkin, Catharine MacKinnon y Sheila Jeffreys pasando por Kate Millett. Pero no es lo que se retiene de sus obras, y cuando es retenido, es para desmerecer sus trabajos, como lo demuestran los ataques incansables de la corriente queer contra Andrea Dworkin y Catharine MacKinnon. Es de este erotismo, especialmente tal y como es exhibido en la pornografía, del que habla Stoltenberg. A las mujeres, y en especial a las feministas, nos parece a menudo que se trata ahí únicamente de sexualidad masculina, pero cabe matizar esta percepción: por una parte, muchas mujeres “se satisfacen” (o lo pretenden) dentro de lo que globalmente es un erotismo sado-masoquista; y por otra parte, a la inversa, algunos hombres “han vivido la vergüenza de crecer con una sexualidad que no correspondía al “modelo normal” […] una sexualidad ávida de compartir y de ternura ardiente, que no excitaban la supremacía y la coacción”.

Estos hombres existen, como existen las mujeres atadas al modelo sadomasoquista y que sostienen la filosofía queer, para quienes sólo los “diferenciales de poder” (4) pueden suscitar el deseo. Para las feministas, si el poder está ligado a la sexualidad es porque ésta está ligada al género –que el género es indisociable de la heterosexualidad obligatoria, lo que ha demostrado magistralmente Adrienne Rich (5). Y en cuanto a la naturaleza “natural” de la sexualidad en general, dos sociólogos hombres, Simon y Gagnon (6), en la década de los 1970, sostuvieron de una manera convincente y empíricamente demostrada que el deseo sexual tiene un contenido enteramente cultural. Las feministas dicen por otro lado desde hace mucho tiempo que la relación entre poder y deseo sexual no es más inevitable que los otros roles sexuales/de género; que nada –ni las hormonas ni los genes, ni una configuración universal del psiquismo- dicta la forma que toma la sexualidad en el ser humano.

Para Stoltenberg, la identidad de hombre está relacionada con la dominación y el desprecio, dominación y desprecio que se expresan abiertamente en los significados dados a la sexualidad. Y “porque esta identidad personal y social es construida […], podemos rechazarla”.

He querido que una parte de este prefacio sea escrita por sus traductores, tres hombres, Mickael Merlet, Yeun L-Y y Martin Dufresne.

Que digan por qué ellos se han entusiasmado con este libro, por qué han querido traducirlo. En qué sentido éste ha respondido a sus preocupaciones, sus preguntas, les ha ayudado a comprender mejor cómo se fabrica en los hombres la convicción de que no pueden ser hombres si no deshumanizan a otras personas (las mujeres); cómo este libro los ha reconfortado en la idea de que podemos desprendernos de ciertos hábitos del pensamiento y del comportamiento aprendidos desde la edad más temprana; ciertamente no de golpe, ni fácilmente, sino con un largo y lento trabajo. Cada uno expresa lo que es más importante para él en este libro, cada uno explica cuál es el camino individual que intenta trazar fuera de los caminos trillados de la masculinidad. Y es importante que lo digan con sus propias palabras.”

Christine Delphy

NOTAS:

[1] Ver Léo Thiers-Vidal, De « l’ennemi principal » aux principaux ennemis. Position vécue, subjectivité et conscience masculine de domination, Paris, L’Harmattan, 2010 ; ver también Léo Thiers-Vidal, Rupture anarchiste et trahison proféministe : Écrits et échanges, Lyon, Bambule, 2013.

[2] Así, François Hollande, presidente de la República francesa, defendía, a propósito del “afer Dominique Strauss-Khan”- en el mismo momento en que se abría un proceso judicial- que esto tenía que ver con el ámbito “privado”.

[3] De la cual se acaba de publicar en francés su libro Les femmes de droite [“Right-wing Women”], de la editorial Remue-ménage (2012). La versión inglesa disponible aquí http://radfem.org/dworkin/

[4] “Diferencial”, como “diferencia”, pero en un grado superior, es una palabra empleada como un eufemismo para referirse a una desigualdad.

[5] Rich, A. (1980) “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”.

[6] John Gagnon & William Simon (1973), Sexual Conduct : The Social Sources of Human Sexuality, Chicago: Aldine. Y John Gagnon (2008), Les scripts de la sexualité. Essais sur les origines culturelles du désir, Paris: Payot.

—–

Original en francés también disponible AQUÍ

Traducción: Glòria Casas Vila

Gracias por la revisión de la traducción a mis amigos pro-feministas A.O y R.L.

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